La tormenta perfecta que se cierne sobre EE. UU.

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Fotos: Cristian Álvarez/ exclusivo para Nuevo Milenio

A los muertos por covid-19, la crisis y los desatinos de Trump se le suman las protestas raciales.

Que Estados Unidos está atravesando uno de los peores momentos de su historia nadie lo pone en duda.

A las más de 100.000 personas que han muerto producto del coronavirus en los últimos tres meses, y la peor crisis económica en 80 años, se suman ahora las violentas protestas que se desataron desde la semana pasada tras la muerte de un afroestadounidense en Mineápolis a manos de un policía blanco y que han vuelto a desnudar las graves tensiones raciales que aún existen en el país.

 ‘Lo peor está por venir’

Tan delicado es el momento que varios observadores ya lo han comenzado a comparar con uno de los períodos más oscuros de la democracia estadounidense: la década de los 60 y el caos nacional que provocó el asesinato de Martin Luther King.

En ese entonces el país estaba igualmente convulsionado. Al asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963 se le añadió el creciente malestar por la larga participación de EE. UU. en la guerra de Vietnam y el apogeo del movimiento por los derechos civiles en el país. Aunque no diarias, sí eran comunes las imágenes de enfrentamientos entre las autoridades y manifestantes que reclamaban el fin de la guerra y la segregación.

Cuando Martin Luther King fue asesinado en abril de 1968, el país estaba ya al borde de un estallido mayúsculo. A lo largo de cuatro días, las protestas se extendieron a lo largo y ancho del país, particularmente en Washington D.C., Chicago, Baltimore y Kansas City, donde los manifestantes se enfrentaron con la policía e incendiaron carros, edificios y locales comerciales. Si bien no existe un conteo oficial de muertos, se estima que más de 50 perecieron, cientos resultaron heridos y fueron casi 20.000 los detenidos.

Como en este 2020, 1968 también era un año electoral. El presidente Lyndon B. Johnson acaba de anunciar que no buscaría la elección y crecía la popularidad de George Wallace, gobernador de Alabama, al que se recuerda por sus políticas segregacionistas e historia de discriminación racial.

Las elecciones las terminó ganando el republicano Richard Nixon, quien logró convencer a una mayoría que era el indicado para restaurar la ley y el orden.

Las décadas que siguieron también estuvieran marcadas por fuertes tensiones raciales que en su momento desembocaron en protestas como las que hoy se registran.

Todo el mundo recuerda el caos que se vivió en Los Ángeles en 1992 luego de que un jurado absolvió a cuatro policías por la muerte de Rodney King, un afroestadounidense que pereció tras la golpiza que le dieron los policías y que fue captada por las cámaras de televisión. Y también el que se tomó a Miami en mayo de 1980 con el polémico veredicto que dejó libres a cuatro uniformados acusados de matar a otro afroestadounidense.

Más recientemente, en 2014, fue Ferguson, Missouri, la ciudad que hizo erupción por el caso de Michael Brown, un joven de 18 años que perdió la vida tras un enfrentamiento con la policía.

En Baltimore, un año después, fueron inmensos los destrozos que dejaron miles de manifestantes que salieron a protestar por el fallecimiento de Freddie Gray, un hombre que murió por las heridas que le ocasionaron uniformados cuando trataron de arrestarlo.

Pero en todos esos casos, las protestas –al menos las más violentas– estuvieron concentradas en las ciudades donde ocurrieron los hechos.

Como en 1968, el asesinato en “vivo” de George Floyd la semana pasada en Minnesota ha provocado violentos disturbios en más de 30 ciudades del país. Este martes se cumple una semana desde que comenzaron y con el paso de los días se tornan más grandes y agresivas.

Las protestas de Washington este sábado y domingo arrojaron imágenes apocalípticas rara vez presenciadas en una ciudad que está acostumbrada a los protestas sociales pero nunca con este nivel de violencia. Especialmente el viernes, cuando los miembros del Servicio Secreto y la policía local pasaron muchos trabajos tratando de mantener un cordón de seguridad entre la Casa Blanca y los manifestantes.

Carros incendiados, vitrinas rotas y almacenes saqueados fueron el saldo de una jornada en la que uniformados tuvieron que recurrir a los gases lacrimógenos y el bolillo para contener a un turba que los confrontó con piedras y botellas. E imágenes similares se registraron en Nueva York, Chicago, Atlanta, Los Ángeles, Baltimore, Mineápolis, Detroit y muchas otras.

Tal ha sido el descalabro que en al menos 12 estados se ha tenido que movilizar a la Guardia Nacional para mantener el orden, pues la policía no da abasto. Algo inusual, pues se trata de una fuerza a la que por lo general se acude para asistir en un desastre natural, pero no para controlar a la población.

En 20 ciudades se ha decretado también el toque de queda a partir de las 8 de la noche. Pero la medida, hasta el cierre de esta edición, seguía sin dar muchos resultados pues los manifestantes han permanecido en las calles bien entrada la madrugada.

Julian Zelizer, profesor de historia de la Universidad de Princeton, opina que el actual momento es incluso peor que 1968. Y por varias razones. En esa época –dice–, las diferencias eran más ideológicas y en torno a temas puntuales como la Guerra en Vietnam o el racismo.

“Hoy vivimos en un mundo partidista en el que nuestras instituciones perpetúan las divisiones entre republicanos y demócratas frente a casi todo, por pequeño o grande que sea. Todo, desde el uso de máscaras para evitar los contagios de coronavirus, se convierte instantáneamente en un tema político que vuelve casi imposible llegar a un consenso”, sostiene.

A eso se suma una situación económica mucho peor a la de entonces en la que uno de cada cuatro estadounidenses no tiene empleo y las secuelas de una pandemia que ya ha matado a casi el doble de personas que la guerra de Vietnam y no parece tener un fin en el horizonte.

Y para añadir, dice Zelizer, está el presidente Donald Trump, un líder errático al que poco le importa propagar noticias falsas si se acomodan a sus intereses y que ha gobernado fomentado la división antes que la unidad.

A lo largo de esta crisis que sacude el país, Trump, antes que calmar los ánimos, parece querer exacerbarlos. Como cuando amenazó a los manifestantes con “perros rabiosos y armas de un poder inimaginable” de haberse atrevido a romper el perímetro de su residencia.

El presidente, además, está en plena campaña de reelección y no desaprovecha momento, incluso en tiempos tan delicados como estos, para atacar a sus rivales.

¨Para los que estudiamos la década de los 60 o vivieron esa tormentosa época –dice el analista– es difícil imaginar algo más grave. Pero lo que sucede hoy lo es y la mala noticia es que podría terminar siendo aún peor¨.

Sergio Gómez Maseri

Corresponsal de EL TIEMPO

Washington