Una educación virtual con tutorías de media hora y trabajos para toda la semana, no es la mejor manera.
Por: Silvio Claros
“La niña era la mejor de la clase – decía la señora – mientras iba al colegio siempre fue la primera, ahora me entregaron las calificaciones y alcanzó a pasar raspando y ya no quiere hacer tareas, como que le da pereza…”
Esta conversación la escuché en una sala de espera. Yo, con una hija también en clases virtuales, estaba atento a esa charla, pues es una realidad que hoy nos afecta a todos.
Contando con la bendición de tener Internet en casa y un computador en el cual trabajo, escribo, diseño y hago de todo, pero que tengo que soltar para dedicar tiempo a las tareas de mi hija, puede decirse que hago parte de esos pocos que cuentan con las herramientas necesarias para tener acceso al nuevo método de enseñanza.
Una profesora dijo alguna vez: “Ah, si ve que no es fácil el trabajo de un maestro…”, cómo sí alguien estuviera discutiendo la importancia de los profesores.
NO, lo que se pone sobre la mesa es la disponibilidad. Una cosa es su trabajo en la docencia y otra cosa es tener que dejar de hacer nuestro trabajo (que no es de docentes), para sentarnos por una o dos horas a acompañar a nuestros hijos en sus deberes diarios. Porque las clases (sí alguien tiene alguna duda), se llevan a cabo en horario laboral. Es decir, que los padres de familia, tienen que interrumpir su actividad a la mitad de la jornada, para ayudar a sus hijos en los deberes.
No es irresponsabilidad, ni frescura, ni falta de compromiso con la educación de nuestros hijos, es que nuestro trabajo también vale, así como el de los profesores. Para eso pagamos una pensión, para eso confiamos en los maestros y les encargamos la educación de nuestros hijos, porque ustedes se dedican a eso.
Sería como sí, por ejemplo (Y ahora que lo pienso es hasta un mal ejemplo, porque ya lo están haciendo), un médico hiciera su consulta de manera virtual, sin auscultar, sin examinar, sin tocar, sin interactuar con el paciente y esperara que nosotros mismos nos diagnosticáramos y nos recetáramos.
Mejor pongo otro ejemplo. Sería como sí se contratará los servicios de un contador y este nos llamara por zoom, nos diera unas explicaciones del diligenciamiento de las formas por un espacio de media hora y luego sí, esperara que, con ayuda de otra persona, que no es contadora, hiciéramos nuestra declaración de renta.
Y que su defensa fuera, “Ah, sí ven que no es fácil ser contador…” Pues claro que no, pero por eso hay gente que se dedica a eso.
Una madre de familia con un trabajo de medio tiempo en, digamos, un salón de belleza, debe levantarse, primero a hacer desayuno, luego el aseo y las labores de la casa, luego las labores de su negocio desde las nueve de la mañana. Pero resulta que el niño tiene clase de 10 a 11. Y encima le llegan 10 tareas para hacer en la semana, las cuales incluyen alguna manualidad que involucra dibujar, pintar, recortar, pegar, sumar, restar, ver cuentos de Youtube, analizarlos y responder preguntas.
El tiempo no le alcanza, las actividades que antes realizaba mientras sus hijos estaban en el colegio, ahora las tiene que complementar con la labor de ser profesora.
Luego vienen las copias, muchas copias y más copias, para desarrollar los trabajos. ¿No que eran clases virtuales? ¿Y los que no tiene impresora?
Ahora van a salir con esa frasecita chimba de “Es que nadie estaba preparado para esto, tenemos que reinventarnos”.
Tenemos es que adaptarnos, pero no así. Inundar de trabajos semanales, videoconferencias, diarias y tareas en casa, no es la manera de educar.
Una cosa es la disciplina al interior del hogar y las reglas básicas de convivencia familiar, que nos enseña cosas como el respeto, el amor, el compartir y todas las virtudes que enriquecen la ética y la moral del carácter de una persona, y otra muy diferente es la educación formal donde aprendemos a escribir, leer, participar y trabajar en equipo.
Ahora vamos a tener hijos muy duchos en las herramientas tecnológicas, pero socialmente aislados porque ese espacio del recreo, de jugar con los compañeros, del tumulto en las cafeterías o cooperativas, las roscas de amigos y todo lo que hacía de la escuela la mejor época de la vida, ahora se convirtió en una sarta de tareas y trabajos para hacer en casa, bajo la vigilante disciplina de la chancla materna.