#acacíascentenaria / CIEN PERSONAJES EN LOS 100 AÑOS DE ACACÍAS / LOS DIABLOS

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LOS DIABLOS

La rivalidad entre lo tradicional y la tecnología ganada por esta última ha dejado atrás las tradiciones y costumbres enmarcadas en la cultura popular convirtiéndolos en historia.

El Internet, los juegos electrónicos, las redes sociales desplazaron el disfrute de un día de campo, apreciar lo hermoso de un amanecer llanero, la belleza de la flor en todo su esplendor, el arroyo, el río, la cascada y el suave arrullo del agua cristalina jugando con la piel, con tristeza y añoranza va muriendo la cultura popular y el costumbrismo.

Arnulfo Fonseca Peña, nació el 14 de mayo de 1934 en la población tolimense del Carmen de Apicalá y conocido popularmente como Anatolio o El Diablo.

Llega a Acacías, a la edad de 18 años, a trabajar en labores del campo, con los feudales de la época, Bernardo e Isidro Herrera y Benjamín Poveda.

Posteriormente, como bracero de la plaza de mercado, oficio que desempeña por 45 años;  se radica inicialmente en la vereda la Esmeralda y luego en el barrio San Cristóbal, siendo uno de los beneficiarios del Padre Castillo, su fundador. Su esposa Ana Josefa Alvarado, 6 hijos y 12 nietos conforman su familia.

A la edad 26 años da inicio a la tradición de los diablos que salían por todas las calles de Acacías, que para la época no eran muchas, del 16 al 31 de diciembre, novenas, navidad, inocentes y el año viejo que lo convertían en un ritual.

Los hermanos Anatolio, Flaminio, Ángel, Gilberto, José, Carlos Antonio Fonseca y Jaime Neira, conformaron el grupo de los primeros diablos, con trajes de colores y máscaras con cachos que distinguían los diablos de las diablas.

La pelota tenía todo un proceso para su elaboración: una vejiga de res se ponía a secar, cuando daba punto, se inflaba y se amarraba a un palo con una cuerda de 1,50 cms.

El 31 de diciembre de cada año fabricaban con cajas de cartón de color negro y lo paseaban por las calles dando la semejanza de la despedida del año viejo y que se lo llevaba el diablo.

Así mismo portaban una urna para que la gente les depositara la limosna y les expresaron sus agradecimientos con cerveza y aguardiente por todos los momentos de diversión, entretenimiento y esparcimiento recibidos en la temporada navideña.

Cuenta Anatolio una de muchas anécdotas: que en la urna les echaban tapas de cerveza y piedras, se sonríe y dice que les hacían muchas pilatunas como un desquite a todos los vejigazos recibidos, porque quien no corrió y se dejaba alcanzar recibía una funda de pelotazos.

“Diablo feroz se come la yuca y deja el arroz”

“Diablos de los infiernos tienen una testadera  donde amarran a su taita del cuero de la  cagalera”

Eran algunas retahílas que los muchachos les gritaban para que los diablos los persiguieran.

Bombas de agua, totes, torpedos, marranitos que disparaban contra los diablos como queriendo alejar sus propios demonios contra los bombazos que daban los diablos.

A correr gritaban, y que mal le iba al que se dejaba alcanzar, su golpiza de vejiga y aire se llevaba.

Recuerda Anatolio que hace siete u ocho años, le hicieron un homenaje, los bomberos, la policía y el periódico Nuevo Milenio.

Muy a pesar de sus años, su mayor deseo es volver a ser diablo, conserva su traje intacto y lo exhibe con orgullo, le entristece que la tradición se pierda y anhela que la nueva generación la retome y la continúe con nuevos personajes.

Y así sentado en el umbral de su casa, Anatolio o el diablo, como lo conocen todos, seguirá como el indio, que murió de viejo esperando, porque el tiempo pasa volando y lo que se llevó jamás regresa.

Los diablos una tradición más que hizo parte del costumbrismo y que pasó hacer historia.

Porque en la gran apuesta entre la tecnología, entre la tradición convertida en cultura popular, esta última la pierde y lentamente va desapareciendo.

Pero nos deja una reflexión:

¿Qué hacer?

JORGE REY BAQUERO

Caricatura Maldonado