ÈGIDA/ Ideologías y partidos políticos

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Por: Carlos Alberto Chavarro Poveda.          

     Se parecen tanto unos a otros los partidos, que la única manera de distinguirlos es ponerles un color

Rafael Barrett

Desde el comienzo de las primeras civilizaciones, los individuos han creado reglas de comportamiento en sociedad y estrategias de regulación en aspectos económicos, políticos, religiosos y sociales básicamente, con el ánimo de mantener el orden en sus comunidades y lograr una sana convivencia. Desde esos mismos inicios se han presentado luchas y disputas por ejercer el poder, luchas en las que el pueblo está obligado a tomar partido por uno o por otro de los bandos, situación que a la larga originaría los primeras alianzas políticas que a la postre derivaron en la creación de los partidos políticos.

En tiempos mas recientes, los primeros partidos establecidos, tuvieron su origen en el parlamento ingles del siglo XIX, cuando los Thories y los Whigs se estructuraron en lo que hoy se conoce como el partido conservador y el partido liberal, someramente, los primeros partidarios de mantener el poder en manos de la monarquía y de una aristocracia privilegiada que poco se preocupaba del bienestar de su pueblo, y de otra parte los liberales, una burguesía emergente ansiosa de equiparar su poder económico con el poder político.

En nuestro ámbito local, la historia de la creación de dos partidos tradicionales, Liberal y Conservador, se remonta equivocadamente a disputas entre el pensamiento del Libertador Simón Bolívar y el del general Santander, pero esa afirmación fue rebatida por el Expresidente Mariano Ospina Rodríguez, quien precisamente junto a José Eusebio Caro, redactó en el año de 1869 los principios programáticos del partido conservador, aduciendo que el general Santander había asumido distintas posiciones ideológicas en diferentes épocas y por tanto no estar de acuerdo con las ideas de este, no necesariamente hacía a alguien conservador. Un año antes, en 1848, lo propio hicieron los liberales en cabeza de José Ezequiel Rojas quien formalizó la creación de este, el primer  partido político colombiano.

De aquellas épocas decimonónicas a hoy, muchos son los cambios que se han dado respecto a la manera como los individuos conciben la forma de hacer política. Varios partidos y movimientos nuevos han aparecido en la palestra, y por estos días andan de fiesta con la repartición de avales. La concepción inicial, que agrupaba a individuos con intereses comunes en partidos, está totalmente desdibujada y aquellos que aspiran al favor popular como candidatos, no reparan en ideologías partidistas y se aferran al partido o movimiento político que avale sus aspiraciones, de tal suerte que se han visto candidatos que en diferentes procesos electorales han sido liberales, conservadores, verdes y hasta indígenas y afros, pero que no conocen una maloca ni tienen el pelo “churco”, como le decía en mis épocas juveniles mi santa madre a mí hoy ya escaso cabello.

Aval rojo, verde, azul, afro o indígena, los ciudadanos del común queremos un dirigente que sea avalado por su propio actuar, coherente con los principios democráticos, honesto, sincero, conocedor de las problemáticas de sus comunidades, con vocación de servicio social y que privilegie los intereses colectivos por encima de los suyos propios.

En la ya casi centenaria tierra por Dios bendecida, la consecución de los avales ha sido la comidilla en todos los “mentideros políticos” y rumores van y vienen en un pulso que nada tiene que ver con principios programáticos o intereses comunes, sino con la necesidad de conseguir, cual evento deportivo, un “patrocinio político” que le permita participar en la contienda. El respaldo por firmas se convierte en una opción válida que permite obviar el compromiso que se adquiere con una colectividad al ser avalado por ella, que en teoría supone la aceptación de los principios programáticos que esta pregona, so pena de ser removido por la jefatura en caso de no cumplirlos, sin embargo la experiencia ha demostrado que firmar no es igual a votar, y que este proceso de recolección de firmas debe desarrollarse de manera seria, suficiente, correcta, con letras y números claros y legibles para evitar contratiempos de última hora con el organismo registrador. Un ejemplo bien consolidado de este proceso se llevó a cabo en nuestro vecino municipio de Guamal, en el que un candidato recorre cada uno de sus rincones y logró ya de manera clara y expedita, en una contundente muestra de apoyo popular, un número bastante superior de firmas a las exigidas por la Registraduria para la inscripción de su candidatura. Todo parece indicar que en esa hermosa tierra con olor a azahares y sabor a queso campesino………”Alea jacta est”. Hasta otra oportunidad.